Las humedades, aparte de resultar antiestéticas para nuestro hogar, también suponen una fuente de bacterias, ácaros y desencadenantes además de posibles problemas estructurales si no se tratan a tiempo. Por ello, razones estéticas aparte, no es muy recomendable convivir con ellas.
Precisamente, el verano es la mejor época para realizar tratamientos para eliminar la humedad por varios motivos. Entre ellos, los más destacados son la existencia de temperaturas más agradables que permiten que el aire caliente favorezca al secado mejor y más rápido de los materiales; la estabilidad meteorológica y la ausencia de lluvias; un mayor horario de luz natural que contribuye a su vez en un ahorro energético al poder trabajar iluminados por el sol durante más tiempo; y, por último, un mayor tiempo libre gracias a los periodos de vacaciones, algo imprescindible si vamos a hacer nosotros mismos la reforma.
¿Qué tipos de humedades nos encontraremos?
Antes de acudir a nuestra tienda de bricolaje de confianza en busca de los materiales preciso, debemos observar cuál es el tipo de humedad que sufrimos. Los problemas más comunes se dividen generalmente en tres tipos según el origen de la misma: por capilaridad, por filtración y por condensación.
Capilaridad: la humedad aparece debido al deficiente aislamiento de los muros, generalmente a causa de su antigüedad. Desde el subsuelo, la humedad emana a la superficie por el suelo y sube por las paredes a través de los materiales porosos que los componen. En este tipo, la humedad cristaliza en forma de salitre, lo que deteriora revestimientos, escayolas, etc.
Filtración: se trata de la humedad producida por la baja o nula capacidad impermeabilizante de los revestimientos y de los materiales que los componen: tierras, yesos… Por su alta porosidad permiten que la humedad atraviese paredes y provoque daños. Sus síntomas más evidentes son paredes desconchadas o salitre en las paredes.
Condensación: en este caso los problemas aparecen por exceso de humedad en el ambiente, por ello, suele ser el problema habitual en estancias como baño y cocinas, donde existen fuentes de humedad como ducha, grifos o el vapor producido durante la cocción de los alimentos. Los signos de este tipo de humedad son las habituales manchas de moho, vaho en los cristales o el olor a humedad.
Tratamientos más comunes
Una vez diagnosticado el problema, el siguiente paso es ponerse manos a la obra.
Lo primero es comprobar el origen de la humedad. Ésta puede tener su origen en la rotura o escape de alguna tubería que discurra por el interior del muro o por grietas en las paredes. De ser así, lo primero será arreglar ese problema y luego intervenir sobre los revestimientos.
De no haber ninguna avería en los suministros, toca eliminar todo el revestimiento deteriorado de la parte afectada, bien raspando con una espátula o cepillo metálico o bien con cualquier otra herramienta que sea necesaria. Posteriormente, aplicaremos algún producto anti-humedad o pintura específica (mejor dos capas que una). Actualmente, en el mercado y en los almacenes de materiales de construcción hay una gran variedad de estos artículos. Lo más recomendable es pedir consejo a alguno de sus comerciales, pues también existen otros como lanas de roca y de vidrio; poliestireno expandido o extruido o espumas de poliuretano.
Una vez que la pintura que hemos aplicado ha secado perfectamente, tocará rellenar el agujero creado, si lo hubiere, con algún tipo de pasta (cemento, yeso, perlita…). Finalmente, se pintará para conseguir el acabado final.
En problemas de humedades por condensación, bastará con limpiar primero la zona afectada con algún producto de limpieza o limpiador específico que elimine el moho para lijar luego y aplicar, posteriormente, algún tratamiento con algún producto como pinturas transpirables antihumedad. No obstante, en este caso hay que revisar (y solucionar si es el caso) el aislamiento en ventanas, puertas, etc.